Los recientes avances en la investigación del estrés y los impactos de la adversidad durante las diferentes etapas del desarrollo humano han arrojado nuevos conocimientos sobre cómo la exposición a diferentes condiciones percibidas como negativas, en combinación con la genética, puede contribuir a los malos resultados en el bienestar de las poblaciones humanas, en partículas del bienestar individual de los niños y adolescentes.
Al respecto, hoy sabemos que los efectos directos de diferentes estímulos estresores y nuestras respuestas compensatorias (alostasis) pueden modificar nuestra neurofisiología y comportamiento durante futuros episodios de exposición a estímulos evaluados como estresores. Sin embargo, sabemos que no existe una relación uniforme entre el estrés vivido y la percepción de bienestar (representada en aspectos tan gravitantes con la cognición y la salud en todas sus dimensiones). Por motivos aún no totalmente conocidos, algunas personas sucumben a las condiciones ambientales mientras que otras muestran más resistencia. Sabemos que una de las variables que ha sido evidenciada en estas deferencias está en la presencia de polimorfismos genéticos específicos que afectan la forma en que un individuo evalúa y responde a la adversidad, lo que puede mediar el impacto de las adversidades sobre nuestra cognición y salud. Estas vulnerabilidades que subyacen las diferencias genéticas pueden influir en las respuestas elaboradas frente a estímulos percibidos como adversos, dando forma a un comportamiento determinado que afecta las motivaciones con impactos en la salud durante toda la vida de las personas.
Si bien las variables genéticas son indiscutibles, jugando muchas veces un papel crítico en la vulnerabilidad y la resistencia, la contribución de las experiencias de la vida temprana hoy está ayudando a explicar una parte importante de las diferencias interindividuales que no podemos explicar apelando exclusivamente a las diferencias genéticas entre las personas.
Reconocemos actualmente que la adversidad en la vida temprana (los efectos de negligencia por parte de los cuidadores principales, el nivel socioeconómico y los entornos físicos), predice una baja capacidad cognitiva y una mayor vulnerabilidad a alteraciones tales como la depresión. Sin embargo, aún no es posible predecir qué niño expuesto a adversidad en la vida temprana será o no vulnerable más adelante en la vida. Diríamos, aún no contamos biomarcadores predictivos que permitan un diagnóstico precoz, prevención e intervención de ser ésta última necesaria.
Estamos recién aprendiendo respecto de los mecanismos por los cuales las experiencias de la vida temprana impactan en procesos tan relevantes como el desarrollo cerebral, tanto durante la etapa intrauterina como en la etapa postnatal, modificando la plasticidad neural y afectando etapas clave como la sinaptogénesis y la poda sináptica, dinámicas estructurales del sistema nerviosos central que subyacen la vulnerabilidad o la resiliencia, y que pueden implicar alteraciones del repertorio genéticos mediado por marcas epigenéticas. Es así como hoy parece claro que los cambios en el grado de metilación de determinados genes puede alterar su expresión génica modificando con ello los desenlaces a lo largo de la vida de las personas.
Los estudios han demostrado que la respuesta epigenética asociada con el estrés en la vida temprana tiene una amplia huella en la metilación del ADN de células de la sangre y el cerebro. La metilación del ADN se ha asociado con el estado socioeconómico de la vida temprana en múltiples sitios del ADN de células sanguíneas. El estado socioeconómico se ha asociado con la metilación diferencial en del ADN de la placenta tanto en humanos como en primates no humanos al momento nacer. De forma similar se ha asociado el abuso infantil y el trastorno de estrés postraumático con la metilación en múltiples genes. También se ha asociado el estrés materno prenatal con la metilación diferencial en múltiples genes en células CD34+ de sangre del cordón umbilical.
La adversidad en edades tempranas tiene impacto global en los niños y el cerebro en desarrollo es especialmente susceptible a tales impactos. Desafortunadamente es imposible examinar directamente el impacto epigenético cerebral de los niños, por lo que los enfoques de investigación se han centrado en el estudio de las variaciones epigenéticas de células periféricas. Así es como muchos estudios publicados han permitido comparar los perfiles de metilación del ADN de personas que han experimentado algún tipo de adversidad, comparándolo con los perfiles epigenéticos de otras que no han vivido tales adversidades.
Similarmente, el uso de modelos animales ha permitido constatar que la exposición a factores adversos durante etapas temprana de la vida provoca aumento en el grado de metilación (disminuyendo la expresión génica) de genes que codifican enzimas críticas del metabolismo celular, canales iónicos y receptores, mientras que los genes involucrados en las vías de muerte celular (apoptosis), e inflamación permanecen poco metilados, permitiendo su expresión. Los resultados acumulados hasta la fecha, permiten afirmar que la exposición a adversidades durante la edad temprana deja una huella epigenética que podría afectar a gran escala diversos procesos metabólicos e inflamatorios, potencialmente predecibles si llegásemos a conocer dichas huellas epigenéticas.
Las huellas epigenéticas periféricas pueden servir como biomarcadores de adversidad con enorme potencial anticipatorio. En términos generales un biomarcador es una característica medible objetivamente y que es evaluada como un indicador de un proceso biológico normal, un proceso patológico o una respuesta ante una intervención terapéutica. Los biomarcadores pueden utilizarse como diagnóstico de una enfermedad, como una forma de clasificar la gravedad o el estadio evolutivo de una patología, como indicadores de pronóstico, o como predicción y monitorización de la respuesta a un tratamiento, entre otros. A veces un biomarcador tan solo implica el riesgo o la vulnerabilidad a padecer determinada patología, y en estos casos está presente antes del desarrollo de ésta. En este contexto, los biomarcadores epigenéticos permitirían identificar experiencias adversas y con ello anticiparnos a la manifestación de cuadros patológicos, más aún cuando las fronteras entre lo normal y lo patológico son muchas veces inestables, difusas y ambiguas, sobre todo en el campo de la salud mental. El uso de biomarcadores epigenéticos podría contribuir en evitar eso que Foucault denominó medicina de lo no patológico.
Finalmente, podemos afirmar que el metiloma de cada persona podría permitir en un futuro identificar huellas epigenéticas asociadas a la adversidad en edades tempranas, lo que podría proporcionar marcadores predictivos de vulnerabilidad y resistencia a ciertas enfermedades mentales, en conjunto con el uso de ciertos polimorfismos genéticos. Las Puertas se están abriendo… es solo cosa de tiempo para poder acceder a nuevas herramientas que permitan mejorar el bienestar y la salud de las futuras generaciones.

Biólogo PhD. Investigador. Intereses: Neurociencias, neuroepigenética, aprendizaje y epigenética biopsicosocial. Aprendiz en esto del vivir. Divulgador y Escritor. Autor de los libros: Ayurveda en una era post-genómica (2018). Epigenética: (Re)pensar el aprendizaje y la educación (2018). Neurociencias, Aprendizaje y Bienestar (2019)