No sigamos con el cuento que no hay recursos. Sobran los motivos para perder la credibilidad. Prueba de ello es lo que sufrí el sábado 8 de mayo cuando fui detenida por funcionarios de la PDI por estar comprando papas fritas en un local de Vitacura. Lo que podría parecer razonable, se convirtió en una escenario dantesco. Mostraba mi permiso para asistir a un centro asistencial y todos los papeles que respaldaban la atención recién brindada. Sí, efectivamente, tal como le expliqué al funcionario a cargo de la detención, no era el permiso específico para comprar papas fritas, sin embargo, estaba con fatiga después de mi curación y necesitaba comer algo de camino de regreso a mi casa.
Lo desquiciado, no fue el haber sido sorprendida con esa falta de coincidencia entre el hecho y la literalidad del salvoconducto, sino el procedimiento y tiempo que se tomaron 3 funcionarios de la PDI para proceder con el control de detención y presentarlo al Fiscal desde la 37ª comisaría de Vitacura. No solo este oficial nos dio un trato vejatorio, agresivo y prepotente a vista y presencia del resto de sus compañeros y oficiales del retén. Las dos mujeres, sí mujeres, que fuimos detenidas, nos encerraron en un calabozo, nos despojaron de nuestras pertenencias y desde las 13,30 a las 16,30, inmóviles en una helada celda, esperamos el dictamen del Fiscal para saber si resolvería darnos la libertad o alargar nuestra estadía. Ante la compañía y sorprendentemente considerada atención por parte del carabinero que resguardaba nuestro encierro, él nos explicó que, aunque el criterio no era el que habría aplicado un funcionario de su institución, lamentablemente, al ser detenidas por la PDI, ellos no les correspondía hacer nada.
Podría extenderme muchos párrafos más en los detalles de nuestra estadía en el calabozo y las explicaciones que dan cuenta de esta absurda detención, y terroríficos procedimientos para cumplir las metas y generar las cuñas para salir en las noticias, sin embargo, no repararé ahora en ello.
Al pasar las horas, mi rabia, impotencia y ofuscación se transformaron en los recuerdos de aquel 7 de febrero del 2015 cuando 8 hombres me encajonaron y bajaron de una Van, uno de ellos me encañonó y me aplicó electricidad; me robaron el auto y todas mis pertenencias. Seguridad de Las Condes los siguió hasta que los vieron perderse, pues la persecución no era asunto de ellos, cuando ya traspasaron los límites de la comuna.
Esos recuerdos se tomaron mi memoria. Sí, mientras en nuestra ciudad abundan lugares que gimen auxilio por la delincuencia, 3 hombres de la Policía de Investigaciones de Chile del cuartel de Vitacura, dedican su tiempo a detener mujeres, encerrarlas en un calabozo para proteger a la ciudad de su terrible amenaza de estar comprando papas fritas con un permiso equivocado.
Como si eso no fuera suficiente, quienes tienen ese poder, lo hacen, sin mascarilla, alcohol gel y te llevan en un auto sedán que no hay cómo establecer la distancia permitida. Los que aplican la ley no la cumplen ni con lo mínimo establecido. Luego, nos sorprendemos de la agresividad, estallidos sociales, robo, rabia y rebeldía de los ciudadanos y, sermoneamos a nuestros jóvenes por no confiar ni respetar la autoridad de quienes la ejercen.
Así, entendemos que el precio del cobre aunque suba hasta la estratósfera, la torta seguirá mal repartida. Necesitamos devolver la esperanza en la justicia social y la paz ciudadana a través de una educación que promueva el pensamiento crítico, el discernimiento y soluciones creativas que colaboren con la redes de apoyo y confianza, y desde ahí, entenderemos que un buen gobierno es aquel que con poco hace mucho, pues construye con sus ciudadanos, educa en la solidaridad, colaboración y trabaja por la paz sincera.
Podrán seguir llenándonos de cuarteles, funcionarios y armamentos, y nada de eso permitirá erradicar la ignorancia de quienes llegan al poder, para saldar cuentas con sus propias heridas.
Sentada en el calabozo, entre sollozos, pienso en lo vivido y siento el privilegio de ser profesora. Me llena de fuerza para seguir trabajando y comprendo que lo aprendido es gracias al error de un papel que no decía las palabras “papas fritas”.

Profesora de Lenguaje PUC, Magister en Acompañamiento UAH. Profesora en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central.