Familias y su rol en la prevención de conductas de riesgo

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Independientemente de su tipo de configuración (nuclear, mono parental, extendida) u origen socioeconómico, la familia tiene un rol fundamental en el futuro del niño o niña. La capacidad de los jóvenes para tomar buenas decisiones y afrontar riesgos, estará necesariamente relacionada con sus vivencias dentro de su familia. Esto, porque la familia es el escenario que posibilita la prevención diaria. No se trata sólo de conversar, sino también de actuar. Una familia que fomenta las buenas relaciones, un vínculo y apego seguro, generará las bases de un adulto que se cuida.

De hecho, estudios de experiencias adversas en la infancia, informan que la exposición de niños a cuatro o más factores de riesgo relacionados con maltrato y serios conflictos familiares, presentan 12 veces mayor riesgo de consumos problemáticos de alcohol y otras drogas, depresión y suicidio. Por ejemplo, sabemos que niños viviendo en situación de pobreza se ven particularmente afectados por, y desproporcionadamente expuestos a eventos traumáticos.

Ahora bien, no existen manuales de cómo ser un padre, madre o cuidador lo suficientemente bueno. Sin embargo, expertos en temas familiares han detectado factores que promueven el rol protector de la familia, los cuales buscan apoyar y guiar a los padres para prevenir situaciones de riesgos en nuestros hijos.

El vínculo emocional es uno de los grandes factores protectores dentro de una familia. Se trata de padres conectados en el día a día, tanto a nivel emocional como de disponibilidad de tiempo y vínculos. Es importante generar espacios donde haya un encuentro mutuo entre padres e hijos, un tiempo de conocerse y re-conocerse.

En la adolescencia algunos hijos se pueden aislar más; pero son los padres los responsables de mantener el vínculo y entender que como buenos adolescentes, están cambiando y que necesitan encontrar otra manera de relacionarse. Lo importante es darse cuenta que necesitan padres que estén disponibles para lo que necesiten.

Otro factor protector es que los padres o adultos responsables del cuidado participen en la vida cotidiana del joven, como es el colegio y sus actividades extracurriculares. Ideal si comparten y disfruta de algunas de estas actividades y no lo vean como una obligación. Esto no implica que estén siempre junto al niño o niña, pero que sí estén enterados de lo que hacen, y puedan gozar del desarrollo de sus hijos.

Punto importante dentro de los factores protectores, es que cuando hay más de una adulto a cargo de los hijos (por ejemplo, ambos padres) ellos estén de acuerdo en las normativas que fijan. Lo primordial es que los adultos sean consistentes y estén alineados en permisos, salidas, tareas y otros. El objetivo es que los hijos sepan qué esperar cuando se transgrede una norma familiar.

Precisamente, un factor protector es la supervisión hacia los hijos, en donde se recomienda considerar las diferentes etapas que ellos viven. Son papás que conocen y saben de sus hijos: en qué están en redes sociales, las salidas, con quiénes y dónde están. Aunque tengan 15 o 16 años, no dejar de estar presentes. Va cambiando durante los años porque los niños necesitan ejercer su autonomía y confianza, pero siempre hay una relación de cuidado, disponibilidad y de un “me importas”.

El cuidado parental expresado en conductas de interés y supervisión son recursos protectores importantes. Pero desde el otro lado, se pueden distinguir algunos factores de riesgo que se pueden generar dentro de la dinámica familia, como la falta de apego que se observa, por ejemplo, en hijos incómodos con su familia. Esto, porque reciben muchas críticas o no cumplen con las expectativas de los adultos.

A veces los niños nos cuentan de sus sueños para el futuro y los padres podemos ir matando ese anhelo: “no tienes dedos para el piano”, “cómo se te ocurre ser futbolista”, o “en esa profesión no ganarás plata”. Pensando en nuestros hijos e hijas, la invitación es acompañar y apoyar en el camino, y reforzarlos constantemente.

Pero también está el extremo de padres sobreprotectores, los que también se pueden transformar en un factor de riesgo porque no dejan crecer a los hijos y que ejerzan su autonomía. Lo mismo sucede con los padres que no demuestra interés alguno en las actividades de sus hijos y que no fijan límites. Según los expertos, estos dos polos de exceso y escaso interés, se configuran como formas de abandono y lo que necesitan los hijos son padres dialogantes, que pongan reglas, pero que a su vez entiendan lo que les está pasando.