El concepto de formación integral es muy recurrente en el discurso educativo a nivel macro, meso y micro, lo cual se ha visto reflejado en las definiciones que aparecen en muchos de los dispositivos de nuestro sistema, tales como: leyes, currículum nacional, planes, reglamentos, proyectos educativos institucionales, manuales, entre otros.
En Chile, si nos adentramos en la ley general de educación (Ley N° 20.370, 2009) y la ley que crea el sistema de educación pública (Ley N° 21.040, 2017), encontramos explícitamente en sus propósitos que la educación busca alcanzar el desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico en las personas. Lo anterior, refleja que el concepto de formación integral está definido con claridad en el marco normativo, sin embargo, muchos de los aspectos orientados y prescritos por el mismo sistema parecieran diluir esta conceptualización en la práctica.
Al respecto, podríamos señalar que los mecanismos que han imperado en el sistema no han tenido la suficiente fuerza, por ejemplo, para relevar temas que puedan equilibrarse con las clásicas asignaturas medidas por las pruebas estandarizadas. Esto, como lo mencionan Gaete y Ayala (2015), suele ser cuestionado por el énfasis que suele ponerse en el desarrollo cognitivo, en desmedro de otros igualmente centrales (como el desarrollo socioemocional y valórico).
En ese sentido, sabemos que nuestro currículum nacional ofrece un conjunto de Objetivos de Aprendizaje Transversales que apuntan a la formación integral. Un avance en esa línea, en la última década, fue incorporar en las mediciones estandarizadas los Otros Indicadores de Calidad, no obstante, su ponderación y amplitud en el entendido del desarrollo integral de los(as) estudiantes es muy reducida.
El contexto de la pandemia de Covid-19 ha sacado a relucir la necesidad de fortalecer otras dimensiones que parecían olvidadas o poco consideradas en el día a día de la escuela. Por ejemplo, la dimensión afectiva, que ha requerido de la realización de diversas estrategias para la contención y el desarrollo socioemocional por parte de los equipos de los establecimientos educacionales, principalmente del profesorado.
Con lo señalado, ¿podemos afirmar que durante el año 2020 el sistema escolar se acercó mucho más a la formación integral? La respuesta podría ser que sí. La pandemia obligó a cambiar muchas de las lógicas arraigadas por décadas en nuestro sistema, dándole mayor sentido a dimensiones claves como la empatía, la colaboración, el autocuidado, entre otras.
Continuando, y considerando todo lo anterior, algunas ideas que pueden aportar a consolidar espacios para la formación integral, desde el nivel nacional al nivel local, son las siguientes:
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A nivel de los hacedores de políticas educativas, analizar y tomar nuevas definiciones con relación al fortalecimiento de la formación integral, lo que puede traducirse en cambios profundos al Sistema de Aseguramiento de la Calidad (SAC) y a la comprensión de calidad educativa, generando mayor relevancia por los aspectos particulares de cada contexto y no solamente por lo estandarizado. Al respecto, Villalobos y Salazar (2014) señalan la importancia de contar con indicadores de calidad que permitan evaluar de manera más amplia el aporte de los distintos procesos educativos en la formación del estudiantado.
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A nivel de sostenedores y establecimientos, abrir espacios curriculares y extracurriculares que permitan generar y fortalecer habilidades en distintas áreas del desarrollo humano. En esta idea es relevante la gestión de los equipos directivos y el soporte que se logre en las herramientas de planificación y gestión.
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A nivel de establecimientos, particularmente de equipos directivos, hacer partícipes a todos los integrantes de sus comunidades en la valoración de la formación integral y sus definiciones en el proyecto educativo, fomentando una cultura participativa y colaborativa propicia para el desarrollo de los procesos educativos.
Finalmente, dado que un aprendizaje del sistema en el último año ha sido darle mayor valor al desarrollo de las habilidades para la vida, esto podría plasmarse en una nueva mirada de la formación integral, donde la comprensión de calidad educativa considere con profundidad otras dimensiones del desarrollo humano y donde inculcar los elementos identitarios de un proyecto educativo en los(as) estudiantes también tenga un reconocimiento. Todo esto puede ampliar la mirada de cada actor del sistema escolar para avanzar de manera mucho más decidida en el desarrollo de una formación integral para nuestros(as) estudiantes.

Profesor, Magíster en Dirección y Liderazgo para la Gestión Educativa.